Desigualdad y violencia
Desigualdad y violencia

Desigualdad y violencia

Las redes sociodigitales se prestan a muchos propósitos, incluida la legitimación de la desigualdad. Recientemente leí un tuit en el que se abogaba por propuestas de gobierno que ofrezcan una lucha frontal y dura contra la delincuencia. La usuaria reflexionaba en la plataforma de microblogging que no tenía sentido votar por alguien que ofrezca igualdad, porque en fin aquello no era posible. Una mentira más, sentenciaba.

Como usuario de Twitter, disfruto sus momentos de ingenio y frescura, así como la velocidad con la que circula la información. Estoy habituado, también, a discusiones necias de personas que muchas veces no intercambian argumentos sino agravios; es un tema en la mesa de discusión cuánto se degrada la arena pública por la dinámica en espacios como Facebook y Twitter.

El tuit que comento no era parte de una discusión establecida, más un comentario lanzado a la red social que encontró detractores igual que aplausos, muchos más de estos últimos. Por si mismo el tuit no es el aparato ideológico que justifica la desigualdad. Si, en cambio, es una partícula del entramado que forma parte del sentido común de una fracción de la población y que sirve para presentar ese sentido común como obvio. Más peligroso en sus posibilidades de viralización en cuanto mistifica la relación que existe entre la desigualdad y el delito.

Para mostrar ello cabe comparar dos indicadores mundiales. Por un lado, uno de los números convencionales para comparar desigualdad entre países con el índice de Gini, que indica con un número entre 0 –absoluta equidad en la distribución de la riqueza- y 100 –absoluta concentración de la riqueza-. Por el otro lado tomo el estudio de la Oficina de Naciones Unidas Contra la Droga y el Delito sobre la tasa de homicidios intencionales (homicidios intencionales/100.000 personas -THI).

La imagen de la comparación es inequívoca. América Latina, con claridad, y África son simultáneamente los continentes a la vez más violentos y más desiguales. Hay que recorrer 37 puestos en el ranking de THI para encontrar un país de otra región: Irak, en el Asia menor. Igualmente hay que recorrer 47 lugares en el ranking de Gini para encontrar un país no africano o latinoamericano. En el otro extremo de la lista inequívocamente se encuentran países de Europa, Norte América y algunos del sudeste asiático. La desigualdad y la violencia son fenómenos a la vez que concurrentes, también son claramente parte de una cartografía.

Podría objetarse que no necesariamente los países más violentos son los más desiguales dentro de una región, pero los datos por países aclaran aquello. Entre los diez países más desiguales, cinco son parte de los diez con THI más alto. Sudáfrica por ejemplo era en 2014 el país más desigual del mundo (Gini 63.00) y tenía 36 homicidios intencionales por cada 100.000 personas. En América Latina Brasil es el noveno más desigual del mundo (Gini 53.30) y el decimonoveno más violento (THI 20.89). Colombia, por dar otro ejemplo, alcanza una tasa de homicidios de 31.4 y su índice de Gini es de 49.70. Del otro lado del espectro encontramos a Dinamarca con un Gini de 28.20 y una THI de 1.2, los Países Bajos con Gini de 28.20 y THI de 0.8, Finlandia con Gini de 27.10 y THI de 1.2. Es decir, los países menos desiguales son también países menos violentos en líneas generales.

La relación entre desigualdad y violencia no es una relación determinística, hay una fuerza de asociación entre los dos fenómenos, pero no responde a un mecanismo férreo. Un país como Chile está entre los 25 más desiguales del mundo, pero su THI es del 4.3. Aun así la percepción de inseguridad en Chile es muy grande, lo que lleva a una movilización más estricta de fuerzas de seguridad. Igualmente hay que notar que mientras los países desiguales algunos tienen más homicidios que otros, entre los países más igualitarios, ninguno presenta números altos en su THI. Mientras la relación entre violencia y desigualdad seguramente demanda una comprensión más detallada de factores –presencia de fuerzas represivas, redes de solidaridad, etc.- la relación entre menor violencia e igualdad parece más diáfana: menor sensación de privación respecto del resto de conciudadanos.

Más igualdad no necesariamente va de la mano con mayor riqueza, pero si expresa la inexistencia de fortunas ofensivas a la vista de pobrezas lacerantes. No hay que descartar demasiado rápido que las sociedades que celebran la ostentación inducen una aspiración legítima por vías ilegítimas entre los miembros menos privilegiados de una sociedad. Una sociedad más igualitaria tiene el efecto de ajustar aspiraciones pecuniarias dentro de márgenes compartidos por una agregación de actores.

 Cuando se plantea una política que se fije solamente en las cuestiones de seguridad dejando de lado la cuestión de la desigualdad, estamos frente a una posición que ha desvinculado el orden de las cosas en el mundo. Como si no hubiera relaciones de influencia y efecto entre dos dimensiones que son solidarias entre sí. Hay que precautelar de irse con la finta que procura naturalizar la pobreza al tiempo que pide armar cuerpos de seguridad para perseguir a los desposeídos.   


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