Una segunda guerra civil en Estados Unidos es poco probable, pero no imposible. El país, a despecho de lo que muchos analistas y escritores han sostenido durante muchos años, es cada vez más un gigantesco conglomerado de nacionalidades de inmigrantes. La homogeneidad proclamada es solo un recuerdo de los años 50 del siglo pasado, y aún entonces, una falsedad.
Primero fueron europeos, irlandeses, ingleses, alemanes, italianos, polacos, junto a la trata y tráfico de millones de esclavos africanos, después ya en la segunda mitad del siglo XX, asiáticos, vietnamitas, chinos, coreanos y latinoamericanos, mexicanos, salvadoreños, hondureños, guatemaltecos, cubanos y recientemente, colombianos, venezolanos y ecuatorianos.
Los problemas de exclusión y discriminación se han acentuado en las últimas décadas, así como el racismo principalmente contra la población afroamericana, aunque también contra asiáticos y latinoamericanos. La concentración de la riqueza se ha profundizado desde el advenimiento del neoliberalismo de Reagan y su reaganomics. La pobreza y la extrema pobreza entre varias decenas de millones de ciudadanos es ya semejante a la de los países pobres, lo que contrasta con multibillonarios con fortunas que oscilan entre 100.000 y 180.000 millones de dólares.
La globalización económico financiera que fue inaugurada en Estados Unidos por Ronald Reagan y seguida con entusiasmo por el Reino Unido de Margaret Thatcher pretendía recuperar el terreno perdido con Japón, que les había arrebatado influencia y mercados en rubros importantes de la tecnología electrónica y automovilística. No pudieron lograrlo en la competencia abierta y recurrieron a la amenaza para obligar al Japón a revaluar su moneda. Una economía pujante se desmoronó e inauguró dos décadas de estancamiento, gracias a sus aliados occidentales. La Triada, es decir Estados Unidos, la Unión Europa y Japón, como expresión de tres centros de poder enfrentados, fue solo un espejismo. Norteamérica mantuvo y con mayor fuerza aún su supremacía económica, financiera, tecnológica y sobre todo militar.
No esperaban sin embargo la irrupción de un país del tercer mundo, pobre y aislado, impedido de formar parte de las Naciones Unidas, que lenta pero sostenidamente aprovechó al máximo sus enormes ventajas comparativas, precisamente en el escenario de la globalización que tantas expectativas e ilusiones desplegó. Con tasas de crecimiento superiores al 10%, la absorción y apropiación de tecnología primero y el desarrollo propio después, comenzó a desplazar a cuanto competidor se presentaba, en la industria textil primero, para avanzar rápidamente a la industria química, metalúrgica, electrónica y finalmente a la tecnología del conocimiento.
Es ya imposible desconocer o negar la invasión de productos chinos en todo el planeta, hasta en los mercados mas cerrados y proteccionistas. La China domina ya el mercado financiero, sus empresas construyen obras de alta ingeniería y fábricas de todo tipo en todo el mundo.
Estados Unidos no es ajeno a esta situación y desde ya varios años ha pretendido infructuosamente revertir el enorme déficit comercial con la China y se ve paradójicamente obligado a venderle bonos del tesoro. A contrapelo de las intenciones de sus gobernantes, empresas transnacionales norteamericanas y también europeas invierten en la China, se ven obligadas a transferir tecnología de punta para acceder al mercado más grande del mundo.
Una de las consecuencias más visibles en Estados Unidos es la pérdida del empleo y el aumento de su precarización. A pesar de su enorme déficit y su colosal deuda externa, Estados Unidos no ceja en mantener mas de 1000 bases militares en todo el mundo y el gasto militar más grande. Su política de apoyo a Israel y la ocupación de territorios palestinos ha enardecido a los pueblos árabes, que luchan en una guerra de liberación contra la agresión sionista que tiene el apoyo norteamericano, que quiere dominar y apropiarse sin oposición de los enormes reservorios hidrocarburíferos de la región. En este propósito ha inaugurado una estrategia criminal, organizando, armando y entrenando a ejércitos mercenarios para derrocar a gobiernos que resisten la intervención en sus asuntos internos.
Estos engendros del imperialismo salen de su control y pretenden cobrar independencia, aunque muchos de sus atentados sirven o son preparados por los propios servicios de inteligencia norteamericanos como el atentado a las torres gemelas y varios otros que tienen el objetivo de justificar sus agresiones.
En todos los ámbitos de la población norteamericana cunde el temor a atentados de estos grupos, aunque no son pocos los asesinatos de francotiradores que asesinan en colegios, parroquias o supermercados, muchos de ellos como expresión del odio racial o religioso, otros sin aparente justificación. El temor a enfrentamientos raciales de una envergadura imprevisible está también presente. Amplios sectores conservadores e incluso sectores de trabajadores rechazan la inmigración, temen perder su fuente laboral por la competencia del trabajo mal pagado. Todo esto se ha profundizado en el gobierno de Trump.
¿Cómo resolver estos problemas? Los sectores más conservadores han sido atraídos por soluciones de fuerza. Represión a toda protesta de afroamericanos, impedir la inmigración con muros y expulsiones masivas de indocumentados, vetar el ingreso al país a ciudadanos de varios países árabes, aplicar políticas regresivas en materia salarial e impositiva para beneficiar a las grandes empresas. Drásticas reducciones a la salud y educación públicas. Represión a partidos y corrientes progresistas y revolucionarias. Estas posiciones tienen a Donald Trump como a su abanderado y líder que tiene decidido alcanzar estas metas con la monopolización del poder de forma indefinida, incluso con el uso de la fuerza o finalmente con una guerra civil, es enemigo del establishment, al que considera incapaz o cómplice de la perdida del liderazgo mundial de Estados Unidos.
La guerra civil es una posibilidad, pero esto no es todo, otro es un peligro aún mayor. La evidente pérdida del poder omnímodo que parecía tener Estados Unidos, después de la caída de la ex Unión Soviética y del bloque de Europa Oriental, está causando en toda la elite dominante una verdadera conmoción. A pesar de su agresiva política, Trump ha sido incapaz de imponer condiciones en Siria, no pudo derrocar al presidente Maduro, tampoco al gobierno de Irán, de Cuba y Nicaragua a pesar de las brutales sanciones económicas, no pudo doblegar a Corea del Norte y su líder. A pesar del golpe fascista en Bolivia, no pudo evitar el retorno del MAS al gobierno. Por intermedio de Arabia Saudita impuso un castigo a Qatar por sus relaciones económicas con Irán, pero no pudo sostenerlo. A pesar de su apoyo irrestricto al régimen fascista de Ucrania, tampoco pudo evitar el surgimiento y consolidación de las Repúblicas Populares y Socialistas de Lugansk, Donetsk y Transnistria. Su apoyo a Israel ha profundizado su aislamiento internacional. Sus muros para detener la inmigración han fracasado estrepitosamente. El rechazo a la presencia de fuerzas militares de Estados Unidos es cada vez mayor en Irak y Afganistán. El bloqueo de la Unión Europea a Rusia, instigado por Estados Unidos, fracasó, dañando más a las economías europeas que a la rusa.
Tampoco puede evitar que su archirrival, China, consiga sostenidamente incrementar sus relaciones con países otrora incondicionales aliados de Estados Unidos como los que forman la ASEAN, (Tailandia, Myanmar, Singapur, Malasia, incluso Indonesia) o países europeos como Alemania y Francia, incluso sus tradicionales y sumisos gendarmes como Turquía y Filipinas se alejan e incluso mejoran sus relaciones con Rusia y China. El fortalecimiento del BRICS amenaza con superar otros bloques cercanos a Washington. La estrategia global china de la Nueva Ruta de la Seda y la Franja ya no puede ser detenida y avanza en todas las direcciones y continentes. El fortalecimiento de la capacidad militar rusa está desafiando el dominio militar norteamericano, lo que se ha demostrado en Siria.
La coyuntura no puede ser más desventajosa, pues mientras la economía norteamericana con seguridad mostrará un retroceso en 2020, la china en cambio seguirá creciendo, aunque a menores ritmos. Por otra parte, la catástrofe sanitaria ya registra más de 400.000 fallecidos, cifra superior a la suma de muertos en la Segunda Guerra Mundial (174.000 muertos), en la guerra de Vietnam (58.318 muertos) y en la guerra de Corea (36.000 muertos). Hasta ahora un 8% de la población ha sufrido el contagio del coronavirus, es decir, más de 25 millones de personas.
Esto está generando un trauma nacional y sentimientos de frustración y derrota -parecidos a la venganza nazi después del tratado de Versalles- asoman a la superficie y se hacen cada vez más visibles. Después de lo sucedido el 6 de enero (toma violenta del Capitolio), el desconocimiento del resultado de las elecciones y la denuncia de fraude electoral, se filtran preparativos militares con la participación de jefes en ejercicio durante y/o después de la posesión de Biden, la confrontación y su desenlace en una guerra civil son probables. Todo esto dentro de Estados Unidos.
¿Pero, cómo recuperar su dominio mundial? Han fracasado todas sus anteriores estrategias. Alemania pretendió no solo recuperar territorios perdidos y conseguir nuevas colonias, sino directamente el dominio mundial derrotando a sus competidores en una guerra mundial, la segunda.
¿Qué puede hacer Estados Unidos, no solo para recuperar su dominio sino hacerlo mucho más completo y ampliado en el tiempo, como es el pretendido destino manifiesto del imperialismo norteamericano?
Esto ya no es posible con sus fracasadas estrategias. Se vislumbra como posible una política mucho más agresiva, que puede desembocar en una conflagración de proporciones globales, una guerra, la tercera.
Hay una apreciación muy extendida que considera que esta perspectiva solo es posible con un gobierno republicano como el de Trump, el problema es que esta situación debe afrontarla ahora un gobierno demócrata, que no es ajeno a la estrategia de dominación mundial como ideario compartido tanto por republicanos como por demócratas.